Llora la Constitución
"Quien nomina, domina" es una rima que apunta a la influencia de las denominaciones. Si un partido político se llamara "Frente para la Derrota", difícilmente ganaría una elección. Si un colegio fuese "Facilismo caro", su matrícula sería menor que la de otros que, con nombres distintos, hicieran lo mismo.
El verbo "criminalizar" ligado a las manifestaciones que cortan calles y rutas ha provocado en la última década demoras cotidianas.
El jueves 26 de julio, integrantes de Barrios de Pie impidieron el tránsito por la autopista La Plata - Buenos Aires. Como detener a quienes infringen el derecho constitucional a circular libremente se ha convertido en una acción criminal, nadie fue penalizado.
Entre las consecuencias de esta petición a las autoridades que pierde legitimidad al no reparar en daños a terceros, un servicio de la empresa San Juan Mar del Plata que debía salir de Retiro a las 14 lo hizo a las 18.30. Otra vez, cientos de personas perdieron injustamente tiempo y descanso. Pero este daño sigue sin importar.
Un blog variopinto, con textos ligados a pensamientos, sensaciones, descripciones, narraciones, sentimientos, ocurrencias y reflexiones sobre temas periodísticos sin correr tras primicias. Miradas acerca de lo que nos pasa, lo que nos gustaría, lo que perdimos y lo que soñamos.
29/7/12
28/7/12
El mundo
Por Elva Colli, del Programa Educativo de Adultos Mayores de la Universidad Nacional de Río Cuarto
Para
mí, el mundo es y seguirá siendo como el tango de Discépolo, un cambalache donde todo se junta, da lo mismo ser bueno o todo lo
contrario.
Siempre será manejado por los mas poderosos, los
humildes son los que sufren, me encuentro en esta franja social, soy
jubilada con el haber mínimo después de aportar 39 años; mi sueño es
que esto se revirtiera y fuese mas parejo... soñar no cuesta nada, es
una utopía..
Discépolo nunca habrá pensado en los años 30 del siglo 20
cuando escribió Cambalache que se convertiría en un símbolo de lo que es
el mundo.
23/7/12
Sitios eternos
Lindo viaje, con prodigios naturales jardín de por medio. A una cuadra y media del colegio St Clare's, un árbol de hojas amarillas tiene entre sus ramas una esfera de hojas verdes. Esta presencia excepcional da la pauta de lo generosa que es la naturaleza en Oxford. A metros de ahí, flores similares a los lupinos que abundan en Ushuaia animan al caminante desde el lila, el rojo o un violeta que aparece en hojas a las que hay que ver desde solo centímetros para convencerse de que no son de papel, tan semejante su textura.
El verde césped de las casas no tiene más de 4 centímetros de alto, lo cual expone que a la madre tierra la ayudan esmerados jardineros que, como bien dijo un alumno, colaboran desde cada hogar al embellecimiento de la ciudad.
Geométrico placer
En Oxford, la geometría es una palabra agradable aun para quienes la padecieron en la escuela. Conos, pirámides octogonales, rectángulos, cilindros, triángulos y círculos se combinan en distintas alturas de los castillos devenidos hoteles o colegios secundarios. También es placentero notar la regularidad en las construcciones: la repetición de los techos a dos aguas y las ventanas a iguales alturas en cuadras enteras de hogares le dan a los ojos y a las fotos un dinamismo que, por si fuera poco, tiene el vajor agregado de calles ligeramente curvas. Así, cada diez pasos el panorama se amplía.
Llegar a la esquina donde aparentemente empezaba la línea curva depara la curiosidad de notar que la curva no es tan pronunciada como se la veía. Similar a la impresión de algunos giros en las rutas y análogo al agua que se intuye por metros y que se revela inexistente cuando se llega a esa zona del pavimento.
Espejismos, magia, madre naturaleza, Dios, creación... las opciones no son excluyentes en estas tierras donde se filmó Harry Potter.
El trapezoide, esa figura de cuatro lados diferentes por la que nadie da dos mangos, es acá una de las atracciones principales. De hecho, su parte más larga consiste en locales comerciales en sucesión de colores que la memoria afectiva une a Caminito, en La Boca. Enfrente, una hilera de colegios en tonos mostaza, ocre, gris y negro. Los lados más chicos son un centro comercial de 5 o 6 pisos llamado Debenham y una biblioteca de hace siglos, como para ratificar que en Oxford, el pasado y el presente se llevan de maravillas.
Bendita confusión
Cuánto para ver, cuánto para sentir. Por Woodstock, la primera calle paralela a la de nuestro colegio, una construcción de piedras y vitrales rodeada de árboles de miles de hojas verdes y decenas de ramas grisáceas, invita a pensar en un templo. Sobre todo porque tiene una cruz, de piedra también. Más aun, la calle lateral se llama Church (Iglesia). No obstante, es un centro para estudios sobre misiones de la Universidad de Oxford.
Lo esperado y lo descubierto difieren. Claro que como la belleza y el silencio prevalecen, qué más da. Si además se repara en la rosa de los vientos dorada en lo más alto de la edificación que cuenta con un reloj que da la hora con campanadas, la sorpresa es magnífica.
A una hora en ómnibus desde Oxford está la localidad de Stratford Upon Avon y ahí, la casa donde nació William Shakespeare, hijo de una madre que le leía cuentos y de un usurero. Menos mal que prevaleció la madre.
El folleto en la excursión señala lo que suele esgrimirse como fundamento para dudar de la real autoría de las obras: como su familia era analfabeta, entonces él no puede haber sido tan grandioso escritor. El argumento ilustra lo negativo de los prejuicios. Al cabo, con el mismo criterio habría que decir dentro de 500 años que Maradona fue un invento del periodismo pues como Don Diego no era buen futbolista, mal podía esperarse que su hijo se transformara en el mejor de una época.
La casa es de techos más bajos que los actuales y hasta la cama es más corta. La explicación recibida es que antes, por diferente alimentación, la gente era más baja.
El templo donde descansan los restos del autor de Hamlet, Romeo y Julieta y otras piezas tiene un órgano similar al de nuestra iglesia San Francisco, con la impactante diferencia de que está empotrado a la pared a unos 12 metros. Suena gracias a un teclado que lo complementa a nivel del suelo tanto para los oficios regulares cuanto para bodas bajo el credo de la Iglesia de Inglaterra.
A cuento de lo religioso, gigantografías coloridas en la parte del altar más próxima a los fieles sostienen que Shakespeare era un asiduo lector de la Biblia y que la conocía en detalle.
Los vitrales, para ver y rever con gozo acentuado por el cielo gris del lunes, son una bendición.
Casi todo
Si su padre viviera, se dedicaría a recaudar el 1 por ciento de lo que ingresa en la ciudad gracias a su afamado hijo y sería billonario. Una de las pruebas de lo que significa William Shakespeare en Stratford Upon Avon es el cartel de uno de los tantos bares. Asegura que allí se reunían a tomar cerveza sus amigos y que, como él vivía cerca, también debe de haber ido. Ante la duda, se trata de invocar su nombre y ganar dinero gracias a él.
Lindo viaje, con prodigios naturales jardín de por medio. A una cuadra y media del colegio St Clare's, un árbol de hojas amarillas tiene entre sus ramas una esfera de hojas verdes. Esta presencia excepcional da la pauta de lo generosa que es la naturaleza en Oxford. A metros de ahí, flores similares a los lupinos que abundan en Ushuaia animan al caminante desde el lila, el rojo o un violeta que aparece en hojas a las que hay que ver desde solo centímetros para convencerse de que no son de papel, tan semejante su textura.
El verde césped de las casas no tiene más de 4 centímetros de alto, lo cual expone que a la madre tierra la ayudan esmerados jardineros que, como bien dijo un alumno, colaboran desde cada hogar al embellecimiento de la ciudad.
Geométrico placer
En Oxford, la geometría es una palabra agradable aun para quienes la padecieron en la escuela. Conos, pirámides octogonales, rectángulos, cilindros, triángulos y círculos se combinan en distintas alturas de los castillos devenidos hoteles o colegios secundarios. También es placentero notar la regularidad en las construcciones: la repetición de los techos a dos aguas y las ventanas a iguales alturas en cuadras enteras de hogares le dan a los ojos y a las fotos un dinamismo que, por si fuera poco, tiene el vajor agregado de calles ligeramente curvas. Así, cada diez pasos el panorama se amplía.
Llegar a la esquina donde aparentemente empezaba la línea curva depara la curiosidad de notar que la curva no es tan pronunciada como se la veía. Similar a la impresión de algunos giros en las rutas y análogo al agua que se intuye por metros y que se revela inexistente cuando se llega a esa zona del pavimento.
Espejismos, magia, madre naturaleza, Dios, creación... las opciones no son excluyentes en estas tierras donde se filmó Harry Potter.
El trapezoide, esa figura de cuatro lados diferentes por la que nadie da dos mangos, es acá una de las atracciones principales. De hecho, su parte más larga consiste en locales comerciales en sucesión de colores que la memoria afectiva une a Caminito, en La Boca. Enfrente, una hilera de colegios en tonos mostaza, ocre, gris y negro. Los lados más chicos son un centro comercial de 5 o 6 pisos llamado Debenham y una biblioteca de hace siglos, como para ratificar que en Oxford, el pasado y el presente se llevan de maravillas.
Bendita confusión
Cuánto para ver, cuánto para sentir. Por Woodstock, la primera calle paralela a la de nuestro colegio, una construcción de piedras y vitrales rodeada de árboles de miles de hojas verdes y decenas de ramas grisáceas, invita a pensar en un templo. Sobre todo porque tiene una cruz, de piedra también. Más aun, la calle lateral se llama Church (Iglesia). No obstante, es un centro para estudios sobre misiones de la Universidad de Oxford.
Lo esperado y lo descubierto difieren. Claro que como la belleza y el silencio prevalecen, qué más da. Si además se repara en la rosa de los vientos dorada en lo más alto de la edificación que cuenta con un reloj que da la hora con campanadas, la sorpresa es magnífica.
A una hora en ómnibus desde Oxford está la localidad de Stratford Upon Avon y ahí, la casa donde nació William Shakespeare, hijo de una madre que le leía cuentos y de un usurero. Menos mal que prevaleció la madre.
El folleto en la excursión señala lo que suele esgrimirse como fundamento para dudar de la real autoría de las obras: como su familia era analfabeta, entonces él no puede haber sido tan grandioso escritor. El argumento ilustra lo negativo de los prejuicios. Al cabo, con el mismo criterio habría que decir dentro de 500 años que Maradona fue un invento del periodismo pues como Don Diego no era buen futbolista, mal podía esperarse que su hijo se transformara en el mejor de una época.
La casa es de techos más bajos que los actuales y hasta la cama es más corta. La explicación recibida es que antes, por diferente alimentación, la gente era más baja.
El templo donde descansan los restos del autor de Hamlet, Romeo y Julieta y otras piezas tiene un órgano similar al de nuestra iglesia San Francisco, con la impactante diferencia de que está empotrado a la pared a unos 12 metros. Suena gracias a un teclado que lo complementa a nivel del suelo tanto para los oficios regulares cuanto para bodas bajo el credo de la Iglesia de Inglaterra.
A cuento de lo religioso, gigantografías coloridas en la parte del altar más próxima a los fieles sostienen que Shakespeare era un asiduo lector de la Biblia y que la conocía en detalle.
Los vitrales, para ver y rever con gozo acentuado por el cielo gris del lunes, son una bendición.
Casi todo
Si su padre viviera, se dedicaría a recaudar el 1 por ciento de lo que ingresa en la ciudad gracias a su afamado hijo y sería billonario. Una de las pruebas de lo que significa William Shakespeare en Stratford Upon Avon es el cartel de uno de los tantos bares. Asegura que allí se reunían a tomar cerveza sus amigos y que, como él vivía cerca, también debe de haber ido. Ante la duda, se trata de invocar su nombre y ganar dinero gracias a él.
16/7/12
Ardiente Oxford
El día que la antorcha olímpica pasó por la ciudad de Oxford, la puntualidad inglesa se hizo añicos contra la realidad, prueba de lo cual fue que los anunciados "6 minutos" para el arribo de la llama a St Clements y Crowley Road se hicieron 17. El fuego no se hizo visible a las 18 ni a las 18.30, sino casi a las 7 menos cuarto de la tarde.
Para estar en primera fila, que se tornó segunda por el razonable privilegio a personas en sillas de rueda y niños, fue necesario llegar a las 5 menos 10, cuando todavía los policías sacaban fotos a quienes se lo pedían. Aún era posible ir hasta el supermercado a media cuadra, comprar jugo o gaseosa y volver al sitio deseado. Estábamos sentados en el cordón y de pie en la vereda. Minutos más tarde hubo que despejar el cordón y las voces de los voluntarios y agentes de tránsito se elevaban ofreciendo a quienes ya estaban instalados que circularan calle arriba, donde sobraba lugar. Es que ya nadie estaba sentado y en la vereda había 3 filas de gente parada.
Alrededor de las 5 y media, un coro intentó entretener mas no lo consiguió. Piadosamente, estudiantes del colegio los ovacionaron ante la indiferencia de los ya cientos que por entonces rodeaban la rotonda desde cuyo centro partía la música. La estrella de la tarde no era la música sino la llama. Para colmo, durante la actuación de los coreutas, camionetas de los auspiciantes de los Juegos pasaban a su lado con sus propias canciones a todo volumen. Primero fue Samsung, que repartió decenas de banderas azules. En segundo lugar, Coca Cola, uno de cuyos promotores entregó 4 (sí, cuatro) botellas chicas de vidrio. Por supuesto, Lloyds Bank no regaló dinero ni bonos.
Por si a alguien le quedaban dudas respecto del carácter profesional de los Juegos, estas tres firmas y sus logotipos en el vehículo oficial que antecedía el paso de la antorcha las disiparon.
El reloj de la torre marcaba las 6 y 36. Ya no caminaban junto al cordón los vendedores de banderas del Reino Unido, algunos a beneficio de organizaciones que defienden a veteranos de guerra y otros para sí mismos. Dicho de paso, en una franja de 50 metros vendieron tres en dos horas.
A las 7 menos veinte no se envidiaba más a quienes veían todo desde sus departamentos de primer piso y superiores, ellos sí en su mayoría con estandartes azul, rojo y blanco, los colores de los banderines que colgaban por High Street antes de llegar a la rotonda.
Minutos más tarde, los policías de tránsito, los agentes de seguridad y los voluntarios tal vez lamentaron por instantes la naturaleza de su trabajo: todos salvo ellos vieron a la atleta que pasó aplaudida para empezar a cerrar un atardecer único en la historia de Oxford.
El día que la antorcha olímpica pasó por la ciudad de Oxford, la puntualidad inglesa se hizo añicos contra la realidad, prueba de lo cual fue que los anunciados "6 minutos" para el arribo de la llama a St Clements y Crowley Road se hicieron 17. El fuego no se hizo visible a las 18 ni a las 18.30, sino casi a las 7 menos cuarto de la tarde.
Para estar en primera fila, que se tornó segunda por el razonable privilegio a personas en sillas de rueda y niños, fue necesario llegar a las 5 menos 10, cuando todavía los policías sacaban fotos a quienes se lo pedían. Aún era posible ir hasta el supermercado a media cuadra, comprar jugo o gaseosa y volver al sitio deseado. Estábamos sentados en el cordón y de pie en la vereda. Minutos más tarde hubo que despejar el cordón y las voces de los voluntarios y agentes de tránsito se elevaban ofreciendo a quienes ya estaban instalados que circularan calle arriba, donde sobraba lugar. Es que ya nadie estaba sentado y en la vereda había 3 filas de gente parada.
Alrededor de las 5 y media, un coro intentó entretener mas no lo consiguió. Piadosamente, estudiantes del colegio los ovacionaron ante la indiferencia de los ya cientos que por entonces rodeaban la rotonda desde cuyo centro partía la música. La estrella de la tarde no era la música sino la llama. Para colmo, durante la actuación de los coreutas, camionetas de los auspiciantes de los Juegos pasaban a su lado con sus propias canciones a todo volumen. Primero fue Samsung, que repartió decenas de banderas azules. En segundo lugar, Coca Cola, uno de cuyos promotores entregó 4 (sí, cuatro) botellas chicas de vidrio. Por supuesto, Lloyds Bank no regaló dinero ni bonos.
Por si a alguien le quedaban dudas respecto del carácter profesional de los Juegos, estas tres firmas y sus logotipos en el vehículo oficial que antecedía el paso de la antorcha las disiparon.
El reloj de la torre marcaba las 6 y 36. Ya no caminaban junto al cordón los vendedores de banderas del Reino Unido, algunos a beneficio de organizaciones que defienden a veteranos de guerra y otros para sí mismos. Dicho de paso, en una franja de 50 metros vendieron tres en dos horas.
A las 7 menos veinte no se envidiaba más a quienes veían todo desde sus departamentos de primer piso y superiores, ellos sí en su mayoría con estandartes azul, rojo y blanco, los colores de los banderines que colgaban por High Street antes de llegar a la rotonda.
Minutos más tarde, los policías de tránsito, los agentes de seguridad y los voluntarios tal vez lamentaron por instantes la naturaleza de su trabajo: todos salvo ellos vieron a la atleta que pasó aplaudida para empezar a cerrar un atardecer único en la historia de Oxford.
En guardia, realeza
Si una película transcurriese en Londres y hubiera lluvia en su primera y su última escena, más de uno le achacaría apelar a este lugar común. Pero la verdad es que el sábado 14 de julio de 2012, la capital inglesa recibió y despidió el día con un aguacero que siguió deteriorando los primeros y segundos paraguas de varios turistas.
La mañana los encontró contra las rejas del Buckingham Palace, expectantes por el cambio de guardia real. A 20 metros, en su caseta, los hombres de negro, rojo y blanco parecen muñecos. A un metro se los ve sonreir y charlar entre ellos cuando los músicos que tocan son los de la columna de enfrente. Instrumentos de viento y de percusión rinden tributo a Ennio Morricone al interpretar su canción que tanto suspenso le agrega a los primerísimos planos de Clint Eastwood, Lee Van Cleef y Ellie Wallace en el duelo final de El Bueno, El Malo y El Feo.
Tres canciones más, también en versiones aceleradas respecto de las originales, tocó la banda antes de escuchar a modo de despedida aplausos más débiles que la garúa.
Habían pasado dos horas tras el temprano arribo que deparó la privilegiada ubicación en primera fila. Tiempo en el cual circularon señoras paquistaníes con túnicas que cubrían todo excepto sus ojos, hombres que llevaban mujeres a cococho, un señor que se cubría de la lluvia con un pañuelo, un nene que a modo de capa llevaba la bandera de Túnez, adolescentes y jóvenes que captaban las escenas con cámaras digitales, tabletas, adultos con teleobjetivos de 20 centímetros de largo y hasta un muchacho que, con trípode y todo, acaso haya estado filmando para un canal de TV.
Tal vez haya registrado que entre los múltiples diseños de paraguas, el más visto fue el de la bandera del Reino Unido. O haya enfocado las coronas en la parte superior de cada una de las luminarias en el enrejado. O se haya detenido en el dorado que realza la bella herrería negra de los portones. O en los seis escalones del centro de la rotonda sobre los que cientos de curiosos veían la ceremonia. O en varios que, desde la reja, se daban vuelta ni bien se aproximaba la banda por la calle, libre gracias a la acción de hombres y mujeres de la policía montada. O en la muchedumbre que, cuando todo termina, se sigue sacando fotos, ahora junto a las flores rojas como las tiras de la bandera inglesa.
9/7/12
Cielo futbolero
-No falla, te aseguro. Te ponés a cantar una de la hinchada de Los Andes y te empezás a sentir bien. "Mil Rayitas, no me importa lo que digan/ el periodismo, la policía/ Sos lo más grande de la Argentina/ Vamo', vamo' Los Andes/ ponga huevo para ser primero/ yo te sigo alentando/ no me importa en qué cancha juguemos..!".
Adrián Ramírez recomendaba eso a amigos que querían dejar atrás un bajón.
Es posible que se haya equivocado y que Los Andes fuera no la causa sino la consecuencia del bienestar por haber recibido una linda noticia. Lo indiscutible era que en el fútbol hallaba, una vez más, el canal expresivo de su felicidad. Le resultaba fácil imaginar su cielo.
-No falla, te aseguro. Te ponés a cantar una de la hinchada de Los Andes y te empezás a sentir bien. "Mil Rayitas, no me importa lo que digan/ el periodismo, la policía/ Sos lo más grande de la Argentina/ Vamo', vamo' Los Andes/ ponga huevo para ser primero/ yo te sigo alentando/ no me importa en qué cancha juguemos..!".
Adrián Ramírez recomendaba eso a amigos que querían dejar atrás un bajón.
Es posible que se haya equivocado y que Los Andes fuera no la causa sino la consecuencia del bienestar por haber recibido una linda noticia. Lo indiscutible era que en el fútbol hallaba, una vez más, el canal expresivo de su felicidad. Le resultaba fácil imaginar su cielo.
Una vida distinta
-¿Cómo te resultaron los primeros domingos en la Argentina? -le preguntó Adrián Ramírez a Alex, un inglés que vivió tres años en Lanús por su trabajo como investigador.
-Un poco duros.
La respuesta, clara y acompañada por el gesto amable de siempre en ese docente que enseñaba fonética, da la pauta de lo que son los tiempos iniciales en muchas migraciones.
-Extrañaba porque en mi familia siempre nos juntábamos los domingos, de todos modos estábamos bien con mi señora -fue la siguiente frase.
El silencio se siente. Más todavía si a las seis de la tarde los cafés están cerrados y los que aún tienen clientes empiezan a poner las sillas arriba de las mesas.
"Ya me conozco la ciudad de memoria", lamentó por entonces Marina, una joven que empezaba la segunda de sus tres semanas de capacitación en Oxford.
Por eso es que el lunes, con la vuelta a clases, en ocasiones así es motivo de celebración.
-¿Cómo te resultaron los primeros domingos en la Argentina? -le preguntó Adrián Ramírez a Alex, un inglés que vivió tres años en Lanús por su trabajo como investigador.
-Un poco duros.
La respuesta, clara y acompañada por el gesto amable de siempre en ese docente que enseñaba fonética, da la pauta de lo que son los tiempos iniciales en muchas migraciones.
-Extrañaba porque en mi familia siempre nos juntábamos los domingos, de todos modos estábamos bien con mi señora -fue la siguiente frase.
El silencio se siente. Más todavía si a las seis de la tarde los cafés están cerrados y los que aún tienen clientes empiezan a poner las sillas arriba de las mesas.
"Ya me conozco la ciudad de memoria", lamentó por entonces Marina, una joven que empezaba la segunda de sus tres semanas de capacitación en Oxford.
Por eso es que el lunes, con la vuelta a clases, en ocasiones así es motivo de celebración.
8/7/12
Respuesta desconocida
En una plaza de Londres hay una escultura verde esmeralda de la cabeza de un caballo. Solo la cabeza, boca contra el piso a noventa grados del suelo, con un ancho cercano a los tres metros y un alto de tal vez 8.
El artista no debe saber todo el bien que hizo y sigue haciendo su obra, sobre todo si quienes visitan el lugar ignoran su nombre y con más razón la forma de contactarlo para agradecerle.
Algo equivalente les sucede a menudo a los padres, que de sus hijos reciben quejas, gestos de fastidio o silencios. Los docentes, los preparadores físicos de un equipo de fútbol y muchas otras personas pasan por lo mismo: hacer lo correcto sin gratitud a cambio. Esto importa, sobre todo en los momentos amargos. Por suerte no importa tanto como la grandeza de lo realizado.
La belleza y el trasfondo
Algunos folletos turísticos señalan que el castillo de Warwick, en Inglaterra, fue construido por William el Conquistador en 1068 en el lugar de un fuerte preexistente. Claro que esto es una simplificación: nadie por sí solo puede realizar semejante obra, de modo que la gratitud ante tanta belleza va tanto para los que idearon, los que planearon, los que dirigieron y los que transportaron manualmente las rocas que amurallaron al Duque de Warwick por siglos.
Los interiores son una muestra acabada de los diferentes estilos de vida de quienes allí moraban, de los malolientes espacios donde se forjaba el hierro para hacer cascos, armas y herraduras a las alcobas donde descansaban los poderosos.
A cuento de la disparidad en los estilos de vida, una de las paredes tiene colgada una lista de reglas que debía seguir la servidumbre. Entre otras:
-No decir "buen día" salvo que fuera como respuesta a los superiores, tres pasos detrás de los cuales debían caminar.
-Mirar para otro lado si una autoridad pasaba imprevistamente por el lugar.
-Si alguna de las mujeres se permitía corresponder la cortesía de un hombre, en el acto se la despedía. ¿Se acuerdan del personaje de Anthony Hopkins en "Lo que Queda del Día?". Se había tomado tan en serio lo de ser servidor de un poderoso que se le fue la vida sin confesarle a la empleada encarnada por Emma Thompson lo mucho que de ella gustaba. Esto sin contar que continúa trabajando como si nada al enterarse de que su propio padre había muerto.
Lo que se dice una sumisión absoluta al trabajo y a los amos.
Algunos folletos turísticos señalan que el castillo de Warwick, en Inglaterra, fue construido por William el Conquistador en 1068 en el lugar de un fuerte preexistente. Claro que esto es una simplificación: nadie por sí solo puede realizar semejante obra, de modo que la gratitud ante tanta belleza va tanto para los que idearon, los que planearon, los que dirigieron y los que transportaron manualmente las rocas que amurallaron al Duque de Warwick por siglos.
Los interiores son una muestra acabada de los diferentes estilos de vida de quienes allí moraban, de los malolientes espacios donde se forjaba el hierro para hacer cascos, armas y herraduras a las alcobas donde descansaban los poderosos.
A cuento de la disparidad en los estilos de vida, una de las paredes tiene colgada una lista de reglas que debía seguir la servidumbre. Entre otras:
-No decir "buen día" salvo que fuera como respuesta a los superiores, tres pasos detrás de los cuales debían caminar.
-Mirar para otro lado si una autoridad pasaba imprevistamente por el lugar.
-Si alguna de las mujeres se permitía corresponder la cortesía de un hombre, en el acto se la despedía. ¿Se acuerdan del personaje de Anthony Hopkins en "Lo que Queda del Día?". Se había tomado tan en serio lo de ser servidor de un poderoso que se le fue la vida sin confesarle a la empleada encarnada por Emma Thompson lo mucho que de ella gustaba. Esto sin contar que continúa trabajando como si nada al enterarse de que su propio padre había muerto.
Lo que se dice una sumisión absoluta al trabajo y a los amos.
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