23/7/12

Sitios eternos

Lindo viaje, con prodigios naturales jardín de por medio. A una cuadra y media del colegio St Clare's, un árbol de hojas amarillas tiene entre sus ramas una esfera de hojas verdes. Esta presencia excepcional da la pauta de lo generosa que es la naturaleza en Oxford. A metros de ahí, flores similares a los lupinos que abundan en Ushuaia animan al caminante desde el lila, el rojo o un violeta que aparece en hojas a las que hay que ver desde solo centímetros para convencerse de que no son de papel, tan semejante su textura.
El verde césped de las casas no tiene más de 4 centímetros de alto, lo cual expone que a la madre tierra la ayudan esmerados jardineros que, como bien dijo un alumno, colaboran desde cada hogar al embellecimiento de la ciudad.

Geométrico placer
En Oxford, la geometría es una palabra agradable aun para quienes la padecieron en la escuela. Conos, pirámides octogonales, rectángulos, cilindros, triángulos y círculos se combinan en distintas alturas de los castillos devenidos hoteles o colegios secundarios. También es placentero notar la regularidad en las construcciones: la repetición de los techos a dos aguas y las ventanas a iguales alturas en cuadras enteras de hogares le dan a los ojos y a las fotos un dinamismo que, por si fuera poco, tiene el vajor agregado de calles ligeramente curvas. Así, cada diez pasos el panorama se amplía.
Llegar a la esquina donde aparentemente empezaba la línea curva depara la curiosidad de notar que la curva no es tan pronunciada como se la veía. Similar a la impresión de algunos giros en las rutas y análogo al agua que se intuye por metros y que se revela inexistente cuando se llega a esa zona del pavimento.
Espejismos, magia, madre naturaleza, Dios, creación... las opciones no son excluyentes en estas tierras donde se filmó Harry Potter.
El trapezoide, esa figura de cuatro lados diferentes por la que nadie da dos mangos, es acá una de las atracciones principales. De hecho, su parte más larga consiste en locales comerciales en sucesión de colores que la memoria afectiva une a Caminito, en La Boca. Enfrente, una hilera de colegios en tonos mostaza, ocre, gris y negro. Los lados más chicos son un centro comercial de 5 o 6 pisos llamado Debenham y una biblioteca de hace siglos, como para ratificar que en Oxford, el pasado y el presente se llevan de maravillas.
Bendita confusión
Cuánto para ver, cuánto para sentir. Por Woodstock, la primera calle paralela a la de nuestro colegio, una construcción de piedras y vitrales rodeada de árboles de miles de hojas verdes y decenas de ramas grisáceas, invita a pensar en un templo. Sobre todo porque tiene una cruz, de piedra también. Más aun, la calle lateral se llama Church (Iglesia). No obstante, es un centro para estudios sobre misiones de la Universidad de Oxford.
Lo esperado y lo descubierto difieren. Claro que como la belleza y el silencio prevalecen, qué más da. Si además se repara en la rosa de los vientos dorada en lo más alto de la edificación que cuenta con un reloj que da la hora con campanadas, la sorpresa es magnífica.
A una hora en ómnibus desde Oxford está la localidad de Stratford Upon Avon y ahí, la casa donde nació William Shakespeare, hijo de una madre que le leía cuentos y de un usurero. Menos mal que prevaleció la madre.
El folleto en la excursión señala lo que suele esgrimirse como fundamento para dudar de la real autoría de las obras: como su familia era analfabeta, entonces él no puede haber sido tan grandioso escritor. El argumento ilustra lo negativo de los prejuicios. Al cabo, con el mismo criterio habría que decir dentro de 500 años que Maradona fue un invento del periodismo pues como Don Diego no era buen futbolista, mal podía esperarse que su hijo se transformara en el mejor de una época.
La casa es de techos más bajos que los actuales y hasta la cama es más corta. La explicación recibida es que antes, por diferente alimentación, la gente era más baja.
El templo donde descansan los restos del autor de Hamlet, Romeo y Julieta y otras piezas tiene un órgano similar al de nuestra iglesia San Francisco, con la impactante diferencia de que está empotrado a la pared a unos 12 metros. Suena gracias a un teclado que lo complementa a nivel del suelo tanto para los oficios regulares cuanto para bodas bajo el credo de la Iglesia de Inglaterra.
A cuento de lo religioso, gigantografías coloridas en la parte del altar más próxima a los fieles sostienen que Shakespeare era un asiduo lector de la Biblia y que la conocía en detalle.
Los vitrales, para ver y rever con gozo acentuado por el cielo gris del lunes, son una bendición.
Casi todo
Si su padre viviera, se dedicaría a recaudar el 1 por ciento de lo que ingresa en la ciudad gracias a su afamado hijo y sería billonario. Una de las pruebas de lo que significa William Shakespeare en Stratford Upon Avon es el cartel de uno de los tantos bares. Asegura que allí se reunían a tomar cerveza sus amigos y que, como él vivía cerca, también debe de haber ido. Ante la duda, se trata de invocar su nombre y ganar dinero gracias a él.