8/11/18

Textos que suenan familiares
Por Sabina López, a partir de frases clásicas del cancionero argentino


Conciencia

Esas motos que van a mil solo el viento te harán sentir”, leí en un paredón hace un tiempo y entendí cuántas cosas hicimos mal. Desintegremos la metáfora, el sentido figurado, representando la frase lo más real y cotidiano posible. Como en matemáticas busquemos equivalentes motos con acciones o pensamientos, viento con el hecho o transición de esas acciones a realizadas, y por último sentir con notar o con ser consciente de lo que hacemos. Ahora y con eso podemos decir que la metáfora quedó en el pasado dejando ver lo costumbrista, rutinaria y automática que suele ser la vida. Somos animales racionales, pero dejamos toda esa racionalidad en los hábitos sistemáticos como caminar, bañarse, comer, ya no son cosas que se disfrutan segundo a segundo, solo se hacen por la necesidad y entre el apuro del día a día algunos ni nos acordamos si lo hicimos o no. Alguien hace un tiempo me enseñó a respirar consciente, a sentir cómo ingresa el aire a mi cuerpo y a eliminarlo con la misma atención, poder notar lo tranquilizante que es parar 5 minutos aunque sea a respirar, sí, respirar voluntariamente y viendo como nuestro abdomen se hincha de tranquilidad y exhalamos todo el apuro del día. Por esto y por todo lo que dejamos en la cotidianeidad creo que todo animal racional debería ser un poco más calmo a veces, siendo consciente del aquí y el ahora, que al fin y al cabo es lo único que tenemos.  


Sensación
Esas motos que van a mil solo el viento te harán sentir”, pensaba mientras veía cómo mi hijo Juan Pablo observaba maravillado un tropel de ellas pasar bordeando el tren. La ilusión de poder subirse a una moto y acelerar por las calles, de sentir más de lo que se puede desde el asiento de un tren. La admiración sobre los conductores y el deseo de ser uno de ellos me daba esperanzas. Creo que no los veía por la velocidad o por la adrenalina, atesoraba la posibilidad de ver todo desde otro punto. En algún punto lo entendía, hace seis años que viaja del colegio a casa en el mismo lugar. Seis años de mirar por la misma ventanilla, las mismas hojas de los mismos árboles que ya pasaron por todas las estaciones en un mismo lugar, lugar que se volvió figurita repetida y cansó a mi hijo. Hasta que un día lo hice, compré una moto, yo al trabajo y él al colegio todos los días. Íbamos demasiado bien como para no asombrarnos de la falta de caprichos de Juan. Sabía que le tenía que enseñar a manejar, con casi 16 años estaba rozando la independencia. Le enseñé, costó, tomó la responsabilidad. Pero una mañana camino al colegio por el bordecito de las vías algo cambió. En su camino apareció un nuevo árbol, claro hace 4 o 5 años que no costeábamos las vías. Primera ausencia en todo este tiempo, primer viaje solo y juro que todo comenzó igual. Esas motos que van a mil solo el viento te harán sentir, nada más.


Junio
Chau Cachito, chau, vas a ser el campeón” esa frase, ese comentario retumba en mi mente como los redoblantes argentinos en el 86, desde aquel día. Hace unos meses vagaba por las calles de Reducción buscando un lugar donde parar, una situación que le de sentido a mi vida, pero en cambio encontré una foto enmarcada. Nada cautivador, podrán decir. Se me hacía tan particular cada centímetro de este hallazgo. Tres hombres, dos mujeres y un bebé parados en el medio de la calle, vestidos muy elegantes y elevando sus manos tan alto como podían. En frente de ellos un hombre que caminaba firme dándole la espalda a ese público tan conmovido. Barrio humilde, casas un poco deterioradas, gente por las ventanas, sol naciente y árboles. Qué bello retrato, qué hermoso se sentía ese momento a pesar de no haber estado ahí. Sabía que estaba formado de sentimiento puro, se podía notar en los gestos inertes de hace ya un tiempo. Luego de un rato de admirar incesantemente la escena encontré una fecha 28 de junio, casi al final de la hoja como si estuviera pintada con esos delicados trazos que solían acompañar las invitaciones más formales. Detrás, a contraluz, un escrito que entre gotas y tachones decía: “Cachito, Argentina ganó, somos campeones del mundo, seguro sonreís tanto como ayer, me dijiste que íbamos a festejar como nunca, contaste las anécdotas de siempre, tomaste tu vino y comiste como si no hubiera mañana. Gracias por enseñarme tanto y por transmitirme esa pasión por la redonda. Sos mi campeón”, firma tu hijo 29 de junio. Tan dulces como rebuscadas las frases de alguien muy conmovido, que dejaba inmortalizada cada palabra junto a una lágrima. Pero había algo raro acá, todo terminaba sonándome muy familiar. Casi igual al 29 de junio pasado. Tanto que estaba a punto de escuchar a mi padre gritando en medio de la calle “chau Cachito, chau, vas a ser el campeón”.