12/6/09

Agujas de la vida

Agujas de la vida
Al rato se hicieron las seis. Ninguno de los cuatro había quedado. Dos se fueron por el acceso sur. Otro tomó rumbo al norte. El otro, al camarín. La obra bajaba de cartel, la discordia no.
Al rato se hicieron las seis. La última materia seguía pendiente. Las tijeras no cortaron el pelo y los choripanes fueron a parar al comedor comunitario a tres cuadras.
Al rato se hicieron las seis. El colectivo llegó y empezó a caer el telón a un unipersonal de la ilusión, eufemismo de amor no correspondido.
Al rato se hicieron las seis. La prueba terminó y los abrazos silenciosos entre familiares son la discreta e irrefrenable alegría en el pasillo de la clínica.
Al rato se hicieron las seis. El noticiero tituló “Pibe chorro mata a turista” mientras el grafiti sigue diciendo “Ningún pibe nace chorro”.
Al rato se hicieron las seis. Ella fue a la casa de su novio. Otra vez no estaba.
Al rato se hicieron las seis. El fue a la casa de su novia. Otra vez no estaba.
Al rato se hicieron las seis. Los dos desconfiaron.
Varias veces más se hicieron las seis. Se casaron. Se celaron. Se engañaron. Los velaron.

Obra
“Tomalo con calma”, le sugirió Antonio a Enrique. “No dejes que te afecte”, agregó. Enrique sabía que Antonio tenía muy claro el panorama de las voluntades dispares como que era padre de tres hijos que casi nunca sentían por el estudio la responsabilidad que él les inculcaba.
También sabía que Antonio se repetía las frases porque muchas veces no se las creía. Aun así le daba crédito a la estrategia a la luz de lo que era Antonio antes de ese tipo de recordatorios.
El problema de Enrique eran las situaciones nuevas. Una vez que había aprendido a lidiar con lo de siempre aparecía un cambio que vaya si lo afectaba.
La memoria le sirvió para recordar un sabio dicho adolescente: “La mitad de los problemas que sufrimos, los sufrimos por nuestra propia decisión”. Ahora tiene otra herramienta para cincelarse días felices.