8/6/09

Fotos y relatos

Todo cambia para bien… sólo tiempo
Por Agustina Rivoiro, sexto año IPEM 252 Río de los Sauces

La consigna era escribir un relato con dos personajes a partir de cuatro fotos.

Cuando conocí a Diego, por su forma de vestir hubiese jurado que era millonario. Yo (Rubí), muy desafortunada, sin un centavo en el bolsillo y… qué mejor partido que un niño millonario a punto de recibirse de médico. Lo que no sabía es que él no era millonario y que limpiaba los baños en el Congreso como empleo extra y que estudiaba gracias a una beca. Lo peor de todo es que yo estaba enamorada hasta los huesos, pero más grande era mi ambición y decidí romper con él. Lo traté mal y hasta creo haber herido sus sentimientos.
El no se rindió tan fácil, prometió darme la vida que merecía y trabajar si era posible 26 horas al día. Yo, muy enojada, contesté con sonrisa burlona que para pobre estaba yo y que ni con 200 horas al día podría pagar la vida que merecía. Lloró y me imploró que no lo dejara, que había visto un departamento en alquiler, que me casara con él en la catedral. Yo me fui, dejándolo allí.
Poco después salí con un millonario casado que me golpeaba. A los 3 meses me abandonó. Un año después, viendo noticias, fue primicia: el médico más famoso y rico del mundo se casaba y era él, se lo veía enamorado y feliz. Y yo pago mi condena viviendo en la miseria, sin el hombre que amo y sin nadie alrededor por lo arrogante que siempre fui.

Historia de amor urbana
Por Antonella Boarini, sexto año, IPEM 252 Río de los Sauces

En un pequeño negocio, en plena ciudad, la conocí. Era mi cliente número uno, siempre queriendo vestir a la moda, con sus carteras de colores, sus lentes, trajecito y no podían faltar los abrigos de temporada.
Entre palabras y risas nos enamoramos, pero éramos muy diferentes; ella toda una ejecutiva del Congreso Nacional, muy simpática y dulce, yo un pobre vendedor de ropa en un sucucho de 3 por 3, muy soñador y seguro de lo que quería.
Una tarde decidí declararle mi amor y la invité a tomar algo en un bar que estaba a la vuelta de mi local.
Fuimos, entre cafecito y miradas cómplices, nos dimos cuenta de que habíamos nacido para estar juntos, que soñábamos con lo mismo y que los dos buscábamos la felicidad.
Como es de esperar, después de cuatro años de novios nos casamos en la catedral de la ciudad. Fue uno de los mejores días de mi vida. Ahora ya formamos una familia, nuestros sueños se hicieron realidad.
Logramos la felicidad sólo por la fuerza del amor entre los dos.