Sucesivos sacudones
En ocho días volvió a ver a tres mujeres que lo habían marcado. Frente a la primera exclamó algo y saludó. Se quedó esperando un diálogo cada uno de los siguientes días que la vio en el colectivo. El martes, en el pasillo, el audífono en su oreja derecha lo inhibió aunque no escuchara música ni locución algunas. El jueves intuyó que por algo habría elegido ir en la fila de asientos individuales. El 28 de abril le tocó encontrarla en la de dos butacas. Un saludo que intuyó frío precedió sus pasos hacia el fondo y a la decisión de empezar a olvidarla.
La segunda le dio un abrazo y lo escuchó en los únicos cinco minutos que tenía disponibles hasta el almuerzo. Coincidieron, como casi siempre. Pero Adrián Ramírez le prestaba inmensa atención a las excepciones.
Siete años y algo después del café en un bar que ya no existía, durante una degustación a la que fue con tarjeta regalada reconoció en la mirada, los labios y el peinado a quien tanto le había interesado. Se saludaron sonrientes en la entrada y a la salida mientras ella hablaba por celular.