“Me llamo Dalila”
Rosario del Prado solicita nuestra atención en nombre del pasado.
Por tradición familiar, en los Luna la primera hija que naciera coincidentemente con la fecha de nacimiento de la tataratatara abuela Dalila María Luna debía llamarse “Dalila”.
Me tocó a mí y fue duro con semejante nombre pasar mi infancia y adolescencia sin ser víctima de todo tipo de bromas por parte de mis compañeros de colegio.
Nada les impedía que dejasen de molestarme, ni las patadas, ni las trompadas que a más de uno les propinaba.
Un día terminé en la dirección de la escuela junto con la que había recibido la golpiza, ambas sentadas sin mirarnos esperábamos el castigo que sería leve comparado con el que nos tocaría cuando llegásemos a nuestros respectivos hogares.
Ante la firme negación de contar lo sucedido a mis padres, esa noche me mandaron a dormir sin cenar. Castigo que se repetiría por un mes, tiempo en que duró mi negligencia.
El atardecer había pintado la ventana de mi cuarto, desde allí el fresno asomaba sus ramas hacia mi ventana.
Se me antojó salir sigilosamente, evitando que alguien notara mi ausencia. Cuando descendía por una de sus fuertes ramas me topé con un nido de urracas. La curiosidad hizo que me acercara más, con tan mala suerte que la rama en la que estaba sentada se quebró y caímos el nido y yo estrepitosamente al suelo.
Por suerte la rama estaba a poca distancia del piso. Pero igual el ruido fue tremendo y salieron armados todos los que estaban dentro de la casa. Me encontraron tirada en el suelo llorando de dolor; me había quebrado el brazo. El pobre nido aplastado quedó bajo mi cuerpo. Pero por suerte no había huevos en él, todo eso era una nimiedad frente a mi brazo quebrado.
Mi madre, enfurecida, gritó: “Dalila, terminá ya de tus chiquilinadas”.
Después de tantos meses sin verla con tantas cosas por contarle, decirle que la había extrañado mucho, y que la quería con toda mi alma, no pudo ser.
Lo que sería un gran cumpleaños para la Nana Dalila terminó siendo el velorio más terrible que me tocó vivir.
Nunca más me avergoncé de mi nombre, en adelante lo llevaría con gran orgullo en honor a mi Nona querida.