Obreros de la belleza
Con sus pies tocan vidrios sin golpearlos. Se mueven como péndulos más cerca de azoteas que del suelo. Quienes limpian vidrios de torres y grandes edificios saben que la sensación térmica es una en la calle y otra en lo alto. Para ellos, arnés no es la mala pronunciación de un prestador de Internet sino un seguro de vida.
Aquellos que miran para arriba también descubren en construcciones históricas de Buenos Aires esculturas cuyos autores deben haber asumido que la belleza era un valor. Deben haber creído que alguien la vería pese a la prisa a ras del suelo. Acaso hayan supuesto que segundos de gozo tornan llevaderas algunas rutinas.
Las torres, sean rectangulares o circulares, atraen menos que la delicada artesanía. Sin embargo, de no ser por el lustre de sus vidrios, quizás muchos pasarían años sin apreciar las obras de quienes asumieron un compromiso con la virtud independientemente de la cantidad de espectadores.