1/9/12


De aquí, de allá y de mi infancia también

El licenciado Daniel Ali describe un momento esperado por cientos de chicos.

A temprana edad, me había convertido en un cazador furtivo de la preciada Coca Cola, ese excitante jarabe oscuro ausente en la mesa familiar. El lugar del delito preferido eran los almuerzos sociales del Club Atlético San Basilio. Mi memoria caprichosa recuerda aquel hecho como una reminiscencia indeleble, con disimulo me resguardé en la entrada del salón, mientras observaba como la gente se retiraba del opíparo banquete. Era un espécimen carroñero, rastreaba las botellas medio llenas de la exquisita gaseosa y si encontraba una pata de pollo, en un plato desierto, era el combo perfecto. De repente, ella se interpuso con mi mirada, era un pecado exótico contemplarla, ¿quizás procedente de un país lejano..?

Con cierto recelo me fui acercando a esa botella que contenía el más puro y cristalino líquido, nunca antes visto. Sus gotas se condensaban en el exterior, recorriendo la silueta de aquella botella de vidrio, como preciadas perlas denotaban su frescura. Me convertí en un beduino sediento en pleno desierto caminando hacia el oasis, no era un espejismo, era muy real.
El envase tenía estampada la palabra “INTI”, ¿sería un descubrimiento del Instituto Nacional de Tecnología Industrial? Inti en quechua significa sol, ¿sería esa una dulce ambrosía propia de un dios pagano de la mitología inca? Pero (siempre hay un pero) los mozos se interponían levantando todo lo que quedaba de las mesas. “Tengo que actuar rápido”, pensé, sólo unos segundos separaban la ansiada presea de la mirada de los astutos mozos,  mi orgullo no permitía quedar como un ladrón de botellas. Me acerqué sigilosamente a la presa, estaba a menos de un metro, hice un paso, con extremo cuidado puse el otro pie, la pieza estaba al alcance de mi mano –faltaba el zarpazo final–, en eso un torbellino me arrebató el objeto de deseo. Con perceptible angustia vi cómo se alejaba la botella de la mano de un empleado del servicio.
Con el tiempo comprobé que ese elixir sagrado era la más pura, cristalina, burbujeante, refrescante y recordada soda INTI.