Evitar riesgos es una buena manera de generar resultados correctos. Alguien que evita operaciones tales como 324 por 478 y prefiere 2 más 2 nunca dará una respuesta equivocada. El problema es que nunca crecerá. “Así es como funciona la vida”, tales las palabras de un amigo.
Dicho en el formato de los primeros pasos filosóficos, “la vida es un proceso de aprendizaje”, “los errores son inevitables en un proceso de aprendizaje”, “por lo tanto los errores son ineludibles en la vida”.
Lo que sigue es una decisión acerca de los errores. Una alternativa es hacer de cuenta que no existen. Es posible considerarnos perfectos. Otra es castigarnos indefinidamente por equivocarnos. O evitar aquellas acciones en las que fallamos. Ninguna de estas posibilidades es recomendable: las dos primeras porque nos guían a través de un mundo falso. La tercera nos convierte en seres crueles con nosotros mismos y con otros, toda vez que nos forja en gente de espíritus desoladores con su tolerancia cero. La última opción también es mala. Como dice un sabio autor, quien evita nuevos intentos tras la primera caída jamás aprende a caminar. Después de una mala clase, un docente debería renunciar. Tras desaprobar un examen, el alumno resolvería que el estudio no es para él.
Los errores son amargos, claro que lo son. Como nos dan la chance de aprender, no son simplemente amargos sino amargas lecciones. Equivalen a esos remedios que tomamos con cara de repentino encuentro con la suegra y nos ayudaron a llegar vivos hasta aquí.