5/10/11

Botones, exitosos, simplismos y valores
Por Elena Faricelli, estudiante del Programa Educativo de Adultos Mayores

La vida cotidiana se complica cuando se rompe una máquina destinada a simplificarla. Todo comienza cuando entra una amiga a un bar y me cuenta que no pudo tomarse un café porque la máquina registradora no funcionaba. Era una pantalla táctil con casillas determinadas para cada consumición, y se había estropeado. Entonces le pidió al mozo que le cobrara. Lo vio muy simple. Pero el mozo le respondió que era imposible. Tenía que marcarlo antes. Sus jefes no le dejaban hacer otra cosa hasta que la máquina funcionase. Pensó que eso no podía pasarle a ella, no estaba previsto.
Mientras se alejó del lugar pensó cómo nos gusta apretar un botón y tener la vida resuelta. O en el amigo que me contaba que en un viaje había perdido su teléfono móvil y con el toda su agenda y al preguntarle por qué no tenía una libreta de teléfonos anotados, como yo me tildó de antigua.
Nadie nos obligaba. Pero hasta los más renuentes hemos aceptado las reglas de esta espiral. Nunca fuimos tan vulnerables como hoy. Hemos olvidado, porque nos conviene, que cada invento confortable tiene su accidente específico, cada Titanic su iceberg.
Dice Adam Gopnik, escritor y ensayista estadounidense, que en esta época tecnológica y automatizada hay quienes sostienen que nos encontramos en las orillas de una nueva utopía, la denominan “nunca mejor”, porque entienden que avanzamos hacia un mundo en el que la información será libre y democrática y las noticias surgirán desde la base hacia la superficie. Otros cuya actitud define como “mejor nunca”, son quienes, por el contrario, creen que estaríamos mucho mejor si todo esto nunca hubiera sucedido, que el mundo que agoniza es muy superior al que lo está reemplazando ante nuestros ojos. Finalmente están quienes consideran que “siempre fue así”, ya que en toda modernidad la aparición de una nueva manera de organizar la información y de vincular a sus usuarios siempre ha entusiasmado a unos y atemorizado a otros. Esa característica es, precisamente, la responsable de que un momento determinado de la historia pueda ser considerado como moderno.
El británico John Gray, filósofo, historiador, economista y profesor de Oxford y Harvard. Habla en sus trabajos “Contra el progreso y otras ilusiones” que el siglo XX, el de los más asombrosos avances tecnológicos, muestra que los seres humanos no emplean el poder de la ciencia para crear un mundo nuevo, sino para reproducir el viejo aunque a menudo con formas novedosamente espantosas. La vida no mejora por una simple acumulación de adelantos y conocimientos, sostiene Gray. Si eso no se acompaña con un avance social, moral y ético.

Modelo del desarme
¿Qué es ser exitoso? Según el parámetro actual tenemos algunos modelos de personas exitosas, como lo puede ser el conductor del programa televisivo Showmatch: Marcelo Tinelli, ya que tiene el máximo puntaje de rating. La formula básica es clara, entretener, distender de las preocupaciones de la vida, hacer vivir una ilusión. Tiene el programa alguno de los condimentos del antiguo circo romano: 1) el teatro 2) el anfiteatro 3) el circo. Si nos ceñimos a estas categorías, Showmatch no sería ni un teatro ni un anfiteatro pero si tiene el circo. Ya que la lógica de este es la representación bélica, la lógica guerrera puesta en escena. El programa construye la ilusión de que todos podemos entrar, pero excluye a algunos. El circo, el espacio destinado a entretener, es algo constante en la historia de la humanidad. No es grave que exista. Tinelli es más una consecuencia que una causa. El nos muestra con su amplia sonrisa la alegría, el permanecer impávido ante las peleas de las que él nunca participa.
Una suerte de darwinismo social determina que solo sean exitosos los que ganen, los más fuertes, los que lleguen antes, ya que según se amenaza, no hay lugar para todo.
¿Qué es el éxito? No es la fama, ni el prestigio ni la reputación. Hay gente famosa por los peores motivos. Hay quienes no se fijan en medios para adquirir reputación o algo que se le parezca.
Si el fin justifica los medios, todo vale. Y si el éxito (confundido con fama, notoriedad o popularidad) es un fin quien lo persiga, posiblemente deje los escrúpulos a un lado. Mucho prestigio suele esfumarse en cuanto se apagan los reflectores y se descubre que la conducta del prestigioso no tiene bases éticas firmes.

Feliz distinción
Albert Einstein dijo alguna vez: “Intenta no volverte un hombre de éxito, sino convertirte en un hombre de valor”. Al final del camino, un hombre de valor podrá decir, con fundamento, que tuvo una vida exitosa.
Y nada tendrán que ver los espacios mediáticos ocupados, la fortuna acumulada, ni los ratings. Si nos guiamos por la concepción más banal de éxito, veremos que hay ladrones, corruptos, mentirosos y manipuladores muy exitosos en lo suyo. Pero Einstein no hablaba de ellos.

Cruce
El médico y filósofo Viktor Frankl sostenía que la trayectoria de una vida puede evaluarse sobre una línea horizontal, en uno de cuyos extremos está el éxito y en otro el fracaso. Cuanto más se acerque al primer extremo, esa vida será considerada como exitosa, según lo que se entienda por éxito, y mientras se aproxime al segundo punto será vista como fracasada. Para muchos basta con esa única vara, pero Frankl proponía cruzar sobre ella otra línea, vertical, que en la punta inferior tiene al vacio y en la superior al sentido. Habría que valorar cualquier existencia considerando simultáneamente ambas trazas. Se vería entonces que muchas vidas fracasadas según los parámetros dominantes acerca del éxito, están plenas de sentido. Y muchas vidas supuestamente exitosas se hunden, vacías de sentido, en una tremenda angustia existencial. La misma situación es también frecuente en personas menos famosas o mediáticas, pero no menos exitosas en sus ámbitos habituales.
Alguien que ha logrado realizar su vocación y se siente afectivamente pleno, pero no es famoso ni popular ni tiene cuantiosos bienes para lucir, podría ser un fracasado para quienes se guían por la línea éxito-fracaso, aunque alcanzaría la cima si se lo valora en la polaridad sentido-vacio. En definitiva se trata de los valores morales que sostienen la vida de cada quien, de la manera en que estos se convierten en acciones y de la responsabilidad con que alguien asume su propio derrotero, sin culpar a otros ni valerse de ellos.
El ensayista y poeta Ralph Emerson sostenía que “el éxito consiste en obtener lo que se desea y la felicidad en disfrutar lo que se obtiene”. Este pensador no hablaba del deseo en términos de impulso caprichoso. En su frase, el valor de obtener lo que se desea, puede ser entendido como el logro de un propósito, de una meta existencial que nos lleve mas allá de una simple vida limitada a comer, dormir, trabajar, consumir y pasarla bien. Esto es algo muy diferente de los cinco minutos de fama, de poder o de auge monetario, que, mas allá de lo que duren, serán siempre cinco minutos en el reloj que de verdad cuenta. Las vidas más exitosas no son siempre las más conocidas. Y eso es parte de su éxito.
¿Cómo crecer en la amenaza? En un escenario así no se permite perder tiempo y los chicos son forzados a armarse de conocimientos, habilidades y especialidades cuanto antes. Es curioso que se diga “armarse” de conocimientos, no nutrirse. Se los prepara para una competición, para una lucha en la que a menudo, muchos padres suelen rivalizar entre sí para ver quién tiene un hijo más exitoso. ¿Y si educar consistiera en transmitir valores para la cooperación antes que para la lucha para un mundo esperanzador y no amenazador? Esa generación corre el riesgo de que se la prepare para patinar levemente sobre la superficie de la vida y no para experimentarla de una manera única, profunda, intransferible y trascendente.
Los ciudadanos de hoy poseen nuevas herramientas para juzgar a los medios: tienen más años de estudio que la generación de sus padres y cuentan con una tecnología inimaginable a comienzo de los años 90.

Vital gratitud
Aprovechemos y hagamos resurgir esos conocimientos para una vida en la que no todo sea “pasar el tiempo” o “habrá tiempo para educar”. El momento es ya, no lo dejemos ir. Para finalizar, un homenaje a los verdaderos exitosos, los que día a día hacen la patria, en sus quehaceres cotidianos nunca valorados pero que sirven para construir una sociedad más vivible. Es a las amas de casa, que con tanto empeño piensan en la comida que harán, lo que plancharán, lo que limpiarán, realizando todo por el amor a su familia. Cada miembro sabe que luego de la jornada lo espera la calidez de un hogar que, sin la presencia del ama de casa, sería imposible. A los maestros que pregonan la tolerancia a sabiendas que los padres de sus alumnos podrían ser discriminadores. y a un sinnúmero de personas que, desde el anonimato, contribuyen al bienestar general, solo por la dignidad de ser habitantes de este planeta.