Malvinas: absurdos, abusos y después
Durante el Mundial de fútbol de España, los relatores argentinos tenían prohibido nombrar a los jugadores ingleses. Era una de las normas del gobierno de facto que, horas después de un paro general seguido de represión y muerte de un manifestante, anunció en plaza de Mayo la recuperación de las Islas Malvinas.
Reprimir a compatriotas que reclamaban por una vida en mejores condiciones era aceptable. Decir un apellido inglés en un partido de fútbol estaba prohibido.
Otra de las acciones que no se admitía, un clásico de las guerras y de muchas democracias, era contar la verdad.
Para conocer qué estaba sucediendo en el Atlántico Sur se recurría a radio Colonia, de Uruguay. Los brazos de la censura eran largos, aunque no tanto como para llegar al otro lado del Río de La Plata.
Esos oyentes se enteraban de que Argentina estaba siendo derrotada.
Entretanto, continuaban las donaciones que no llegaron a destino. Cientos de miles de ciudadanos entregaron joyas, dinero, tejieron bufandas y guantes o cedieron los chocolatines que tenían pensado consumir en sus recreos de escuela primaria; más falta les hacían a los soldados mal abrigados y poco equipados.
Ante un ejército británico profesional, la dictadura nacional supuso que quienes empezaban su servicio militar (en su mayoría empuñaban un arma por primera vez en su vida) eran una oposición capaz de vencer en Malvinas.
Por si esto fuera poco, soldados argentinos padecieron tormentos a manos de superiores, de quienes se esperaba fueran sus custodios.
Vaya respuesta a quienes defendieron las islas contra el frío para el que no tenían pertrechos y disputaron batallas contra una fuerza experimentada ajena y una cúpula propia que creyó que una guerra se podía ganar básicamente diciendo "esto es nuestro, váyanse".
Pasó el otoño y ya no había manera de tapar la caída. Sí quedaba tiempo para ocultar a los soldados que volvieron. Se los mandó a su casa silenciosamente. Del brazo de la ingratitud y del peor exitismo, se los trajo de vuelta a la Argentina continental a escondidas. Si no habían vencido en la guerra, entonces no merecían tributo alguno, pareció ser el mensaje. Además, ya no había anuncios patrioteros para hacer en una plaza de Mayo llena y fácilmente olvidadiza de la represión y muerte acaecida en la marcha del 30 de marzo de 1982.
El mundo supo de la capitulación celeste y blanca en Malvinas. La pelota siguió rodando en el Mundial de España y en el torneo Nacional de Argentina.
La indiferencia tampoco estaba prohibida por la dictadura.
Años después, los nobles soldados de Malvinas empezaron a ser honrados por sus compatriotas.