El árbol que creció en un día
Por Martín Búfali
Mayco acababa de sembrar el regalo de la Abuela Carlota. Regaba esas semillitas y las dejaba escabullirse entre la tierra oscura del minúsculo patio de luz. Las observó un rato pensando si alguna de ellas sería capaz de tomar vida.
Por Martín Búfali
Mayco acababa de sembrar el regalo de la Abuela Carlota. Regaba esas semillitas y las dejaba escabullirse entre la tierra oscura del minúsculo patio de luz. Las observó un rato pensando si alguna de ellas sería capaz de tomar vida.
Despertó esa mañana, sentía dolor
en cada extremidad de su cuerpo, dolor de cabeza, se encontraba aturdido,
perdido, raro. No había nadie en ese momento en la casa, y se asomó al patio de
luz, y allí pudo ver al gran árbol haciendo sombra, de esas frescas y acogedoras.
No entendía nada, ¿Cómo había crecido en un día ese árbol? Si tan solo hacía
horas que lo había plantado. De pronto una anciana, parecida a la Abuela
Carlota -pero sin serlo- , apareció con cara de sorpresa, temor y alegría a la
vez. –Hijo mío! Despertaste!– Las lágrimas y el nudo en la garganta no la
dejaban hablar. Será que el accidente que tuvo aquella noche en su infancia había
sido de gran magnitud. Mayco se miró y se vio tan grande como el árbol, y ni se
animó a preguntar por la Abuela Carlota. Supuso estaba en el patio de luz.