Julieta García se fue de la clase de Lingüística sintiendo que los lugares comunes eran malos. Anotó con microfibra en el tercer renglón de la hoja que decir "el amor todo lo puede" equivalía a poner "Flaca" como canción representativa de Andrés Calamaro.
Después de tomar siete mates, comer ocho galletitas sin sal y contestar cinco mensajes por chat, no tuvo otra que hacer el trabajo práctico para el día siguiente basado en "Enemigos", de Anton Chejov. El primer punto era transcribir un ejemplo de mensajes distintos que emiten la comunicación no verbal y la verbal:
"La voz de Aboguin temblaba de emoción;
este temblor y el tono
eran mucho más convincentes que sus palabras".
El segundo pedía referir a una situación en la que se notara el peso del amor. Y ella escribió:
"Un hombre cuya esposa está moribunda requiere la atención de un médico al que se le acaba de morir su único hijo. Por supuesto, el médico no está de ánimo. El hombre le insiste y le dice:
'No es a su voluntad a quien me dirijo, sino a su sentimiento'.
O sea, si fuera por las ganas, a veces no haríamos algo. Sí lo llevamos a cabo,
aun en ocasiones de muchísimo cansancio,
en virtud del afecto, del amor".