2/6/13



Qué hacemos con las diferencias
Por Elena Moscone, estudiante del Programa Educativo de Adultos Mayores

Manzanas, naranjas; bolígrafos, biromes; corbatas, moñitos; camisas, camisolas; parecidos y… hablando de diferencias, en el reeditado libro “Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus” el autor John Gray dice que sin el conocimiento de que somos distintos, los hombres y las mujeres nos enfrentamos para marcar esta diferencia que, vaya si sucede, en ocasiones hace que amar no resulte precisamente fácil. En general nos sentimos frustrados o enojados con el sexo opuesto porque hemos olvidado esta verdad importante. Los hombres esperan erróneamente que las mujeres piensen, se comuniquen y reaccionen en la forma en que lo hacen los hombres; las mujeres esperan que los hombres sientan, se comuniquen como lo hacen ellas. Como resultado, nuestras relaciones se llenan de fricciones y conflictos innecesarios.
Por ello, y de acuerdo al título del libro, John Gray opina que ambos procedemos de planetas diferentes, hombres de Marte y mujeres de Venus para marcar esta diferencia.
Como parte de las diferencia el autor expresa que la queja más frecuente de las mujeres acerca de los hombres es que éstos no escuchan. O bien que el hombre la ignora completamente cuando le habla y luego adopta el papel del “arréglalo todo” y le ofrece una solución para que ella se sienta mejor. El hombre se siente confundido cuando ella no aprecia este gesto de amor. No importa las veces que ella le diga que no está escuchando; él no lo entiende y sigue haciendo lo mismo. Ella quiere empatía, pero él piensa que quiere soluciones.
En cuanto a la queja más frecuente expresada por los hombres acerca de las mujeres es que siempre están tratando de cambiarlos. Cuando una mujer ama a un hombre, se siente responsable de su crecimiento y trata de ayudarlo a mejorar la manera de hacer las cosas. No importa hasta qué punto él pueda resistir su ayuda; ella se empeña en esperar una oportunidad para ayudarlo o decirle lo que tiene que hacer. Piensa que lo está estimulando, mientras que el hombre piensa que lo está controlando. Por el contrario, él quiere su aceptación.

Dispares
Según John Gray, el hombre se mete en su cueva, es decir se aísla. Y lo hace cuando se siente herido o tenso y está tratando de resolver su problema solo. Darle el apoyo que desearía una mujer resultaría contraproducente. A diferencia del hombre, la mujer prefiere hablar.
Pasado en limpio: Andrés llega del trabajo con un fastidio… Luciana le dice “te veo mal ¿qué te pasa? Andrés oye eso y siente que el malestar lo sigue hasta su casa. Luciana le ve la cara y siente “¿por qué se pone así? Estoy tratando de ayudarlo”.
La mujer, dice Gray, es como una ola. Cuando se siente amada su autoestima sube y baja con movimiento ondulante. Cuando se siente realmente bien alcanzará un pico, pero luego su humor puede cambiar repentinamente y su ola termina rompiéndose.
Andrés vivió un lunes espléndido junto a Luciana. Dos años después de casado le pareció que iba por el primer mes de noviazgo. Y el martes, cuando la saludó, creyó darle un beso a una barra de hielo.
La capacidad de una mujer para dar y recibir amor en sus relaciones es generalmente un reflejo de cómo se está sintiendo con respecto a sí misma.
Cuando un hombre ama a una mujer, brilla, y la mayoría de los hombres esperan con ingenuidad que el brillo dure para siempre, esto no sucede así.
Desde “Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus”, el autor trata de facilitar la comunicación entre hombre y mujer, dependiendo de lo que comprendemos, olvidemos, recordemos y escuchemos al otro u otra.

Distancias
Algunas veces vivimos rodeados de intolerancia, no aceptación de diferencias e irritaciones permanentes. La contradicción es la ley general de conductas humanas que provienen de culturas muchas veces llenas de preceptos que no condicen con el sentido común.
Quién no escuchó en su vida el refrán “Hay gustos que merecen palos”. ¿Sería posible que el palo fuera la contestación a la diversidad? La realidad demostraba a los jóvenes de los sesenta que nuestras películas preferidas eran objeto de cortes y prohibiciones, que nuestras formas de vestir; bailar o caminar no estaban bien vistas y que cualquier protesta sobre política imperante y aceptada como palabra santa era merecedora de rechazo y persecución.
¿Quién podía predecir que tras la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento de la ex Unión Soviética, decenas de repúblicas iban a comenzar con luchas sin cuartel que incluían las diferencias milenarias entre musulmanes y cristianos, Oriente y Occidente, progresismos y fundamentalismos?
Exodos obligados pero no deseados, la no pertenencia a ningún país y la búsqueda desesperada de una vida mejor producen corrientes migratorias que no son tan bienvenidas como las del siglo XX. La sospecha y el odio hacia el extranjero van tomando giros peligrosos en Europa y Estados Unidos, con trágicos atentados.
Una cosa es mantener principios para defender pautas de vida que nos representen, luchar contra los que no piensan igual tratando de imponer nuestras convicciones. Y otra muy distinta es oponerse violentamente a todo lo que no concuerde con nuestras nociones, cerrarse al debate y la discusión racional creerse superior a todo bicho que camina.
La historia avanza, el tiempo corre más rápido de lo que pensamos y el que no está atento a los cambios que la vida impone, pierde su liderazgo, por más fuerte que parezca.
Sin embargo, a veces los hombres preferimos rodearnos de fantasmas, desconfiamos de lo que no entendemos, recelamos de lo distinto, y, en lugar de tratar de comprender optamos por pensar en el enemigo permanente. Nadie dice que a veces tengamos la razón, pero lo que conspira contra nuestro bienestar es la violencia que  engendra ese constante miedo a ser atacado. Dicho de otro modo, estar permanentemente a la defensiva. O creerse el dueño de la verdad, como el profesor Jirafales en un episodio del Chavo en el que dijo: Yo nunca me equivoco. Bueno, en realidad una vez sí: una vez que creí que estaba equivocado”.
Hablando de diferencias, no se trata de bajar los brazos y sumergirse en la teoría del dibujo animado todos son buenos, todos son santos, es, simplemente no odiar irracionalmente empleando soluciones pacíficas.
Otra de las diferencias es entre la vejez y la juventud.
Un desarrollo científico y tecnológico a menudo carente de orientación humanística y moral creó el furor por lo novedoso, implantó falsas ilusiones de invulnerabilidad ante el envejecimiento y la mortalidad, y contribuyó a instalar el “juvenismo”. Esto es una adoración de la juventud como valor en sí mismo, lo que impulsa a tratar de detener el tiempo. Da como resultado una sociedad de adultescentes : personas cuyos comportamientos no corresponden a su edad., quienes además desvalorizan a la vejez y los viejos, dice Sergio Sinay.
En el libro “El As en la manga” la médica italiana Rita Levi Montalcini señala una consecuencia de este furor: Se dejan de transmitir experiencias y modelos útiles para las nuevas generaciones. Descartar a los viejos es mutilar la experiencia y la memoria junto a la edad, son dones necesarios.
En el siglo I antes de Cristo, Cicerón escribió: “No me arrepiento de haber nacido ni temo morir, porque no he vivido en vano”.
Con los amigos, dice el pensador italiano Francesco Alberoni, llegamos a un punto en común habiendo partido de lugares diferentes. Ninguno trata de cambiar al otro; la aceptación es, como en ninguna relación, condición permanente y esencial, y los verdaderos amigos toman lo que el otro les dice sin doble escucha, sin interpretación y sin sospechas. Se le cuenta al amigo lo que a nadie y se escucha de él a la recíproca. No se piden cuentas y no se tiene que adaptar su vida a la del otro para mantener la relación. Como sugería un grafiti “Al amigo no lo busques perfecto, búscalo amigo”
Dos vidas distintas pueden coexistir.
Cuando se escucha a las hinchadas, cada día más violentas, del fútbol pidiendo que sus equipos ganen como sea, prometiéndoles a los simpatizantes adversarios que “los vamos a matar” o vociferando contra jugadores o inmigrantes de otros países, se aprende mucho y pronto acerca de la xenofobia y el machismo que anidan aquí, de manera cierta y extendida, aunque nadie levantaría la mano a la hora de aceptarlo.
Más allá de nuestras diferencias creemos que enaltecer la convivencia ayuda a consolidar la maravillosa libertad que significa vivir en democracia.
Consideramos especialmente interesante hablar de algunas diferencias de las tantas que hay entre seres humanos, pensando que a través de ellas es cuando nos enriquecemos unos con otros, escuchándonos y armonizando nuestra estadía en este planeta.