Querido matasanos
Ese médico era un personaje. Usaba la expresión "a cuyo través", en su guardapolvos llevaba bordado xeneize en lugar de su nombre y se bajaba del colectivo cuatro paradas antes de la clínica para saber "cómo respira la ciudad" antes de empezar la jornada.
Ezequiel, uno de sus pacientes, lo recuerda tomando mates sin convidar, acertando casi siempre los diagnósticos después de su segunda frase y sentenciando que "en este país, si no hacemos mal las cosas no las hacemos".
La mayoría de las veces recetaba remedios baratos, "a cuyo través te vas a curar tan bien que tal vez no te vea aquí por 15 años", como le decía.
Lo querían las secretarias, a las que les dejaba Sonrisas uno de cada tres días en los que las veía renegar, o sea que gastaba bastante.
Una semana, las galletitas no aparecieron. Elsa, que trabajaba desde 1996 junto a él, le preguntó "qué le anda pasando, compañero Carlos". Entonces fueron dos los que lloraron la muerte de Lorenzo, el perro del médico.
Frases de autor
"Dénmelo, que lo convertiré en el mejor hospital de Latinoamérica", pedía a sabiendas de que jamás lo designarían director.
"Voy a revolucionar la medicina con este concepto de anemia", anunciaba mientras comía milanesas, su predilección en las picadas.
"El hombre no debe prometer lo que no puede alcanzar", señalaba sin ironía.
Sus colegas lo querían, aun con su grandilocuencia y sus contradicciones. No era un especialista, ni quería serlo. Sin embargo, charlar con él entrañaba sentirse escuchado, comprendido, y eso era mejor que tratar de conversar con médicos que se llevaban mucho mejor "con las enciclopedias y, ¿cómo les dicen?, ¡ah, los papers!" que con la gente.
"Hay tipos que vendieron tanto humo que lo único que tienen para ofrecer es hollín", era una de sus visiones descarnadas. Otra, que "a este país le hace falta más analfabetismo; mirá cómo nos va gobernados por tantos profesionales".
Lucrecia lo conoció en sus últimos cuatro años. Le quedó grabada su facilidad para meterse en la misma bolsa de los que criticaba. Sonríe con ternura al evocar eso de "si escucho música, dame Los Beatles o Plácido Domingo. Si veo fútbol, dame Barcelona. Si voy al teatro, dame Norma Aleandro. Para chanta estoy yo".