Regreso al placer
Para qué negarlo: corregir es una piedra en el zapato. Es, como los impuestos, el costo a pagar por los beneficios. Sin embargo, la tarea puede ser sumamente placentera. Es cuando el docente se encuentra con estudiantes que demuestran amor por el pensamiento y la redacción, que aúnan delicadeza y creatividad, justeza conceptual y generosidad expresiva.
Un joven corta una flor de un parque público para entregársela a la
chica que lo encanta. Alguien lo denuncia, le cortan la mano y sigue la
vida en un país que se jacta de su bajísima tasa delictiva. Desde esta situación no necesariamente ficticia propuesta en clase, 25 minutos después surgió un texto en inglés de la mesa compartida por Ignacio Carranza, Amparo Cosio y Milagros Ricchini, alumnos de cuarto año del Colegio San Ignacio.
Con las disculpas del caso por eventuales errores en la traducción del editor al español, vayan estos párrafos sutiles de chicos que aún no votaron por primera vez.
Pensamos que el contexto es el de un país muy estricto, que no da segundas chances. Allí las normas son muy fuertes y no diferencian lo bueno de lo malo; en este caso el muchacho solo tomó una flor para una chica, y le amputaron la mano. No iba a vender flores robadas en el mercado negro; simplemente trataba de que una chica se enamorase de él.
El rol social en este país, lo que se espera de la población, es que se comporte extremadamente de acuerdo con las normas; no importa si es por una causa buena o mala. Por lo tanto, la socialización le enseña a la gente a seguir las normas, porque si no van a ser castigados con extrema dureza... ni comprensión ni remordimiento, lo cual muestra que el dictador y los que elaboran las reglas a obedecer son etnocéntricos y piensan que esa es la única manera de mantener el país y la sociedad bajo el orden. No se hacen advertencias, simplemente una amenaza constante en la cual te portás mal y sos penado. No hay tolerancia.
Esta ideología política es cruel e inflexible, y tal es la forma de conservar el orden social. La autoridad usa su poder como una herramienta muy severa (ojo por ojo, diente por diente), sin diferencia de género.
La ley es la ley.