Adultos, confusiones, chicos
-¡Yo creía que era una naranja!
A la señorita Graciela no le alcanzó el argumento de la confusión de Matías para tolerar la imagen de la pulpa en el suelo del aula. Le daba asco que un alumno expulsase lo que ya tenía en la boca y más le molestaba que no hubiera pedido un trapo o improvisado uno con papeles para limpiar.
-Seño, después de que a uno le hacen otra broma fea, porque ya son varias, la verdad que no quedan ganas de limpiar.
Graciela tenía motivos para desahogarse con una sanción: esa mañana le habían encajado una multa por estacionar en una cuadra en la que la pintura amarilla del cordón apenas si la veían los muy sanos de la vista. La tarde anterior, el ex le avisó que se retrasaría "unas semanas con la cuota" alimentaria y su hijo Lucas había golpeado de atrás a un compañero en la semifinal del torneo de fútbol intercursos.
-Disculpe, profesor, ¿eso vendría a ser una falta grave?
-Si Lucas se hubiera tirado a buscar la pelota y se lleva puesta la pierna del rival, es tarjeta roja, expulsión, digamos, y punto. Pero Lucas le metió una trompada en la nuca al contrario.
-¿Antes había pasado algo entre Lucas y este pibe?
-No.
Dos días barriendo el aula al final de las clases fue la penalidad para Matías, que se quedó con las ganas de acusar al compañero que se burló de él y de otros ofreciéndoles pomelos como naranjas; "si ni la directora se le anima, ¿qué puedo hacer yo", le dijo a su mamá.
Lucas tuvo que hacer un trabajo sobre agresiones en el deporte. Se enteró de que el boxeador Mike Tyson le había mordido una oreja a otro, que la Mole Moli le pegó a un caído y otras vergüenzas con las que no se sintió identificado. En su casa, Graciela le preguntó cuatro veces si la trompada al alumno del otro grado había sido por algo en especial. "Hay que morir callado, el que habla es un botón", era la frase que lo regía en cuestiones deportivas, aprendida de su padre.
-Me siento mal porque le fallé a mi papá cuando le expliqué a mi mamá que la piña la metí porque el chico nos cargó en los dos primeros goles y en esa jugada dijo "ustedes son unos muertos, me aburro ganando tan fácil". Lo que pasa es que mi mamá se enojó porque yo no le contestaba y me dijo que las explicaciones que no le daba a ella se las iba a tener que dar a un psicólogo, entonces yo hablé y ahí me convertí en un buchón. Ahora a mi papá le va a dar vergüenza. ¿Se da cuenta?
El sacerdote con el que estaba hablando le sugirió que no entrara en las burlas de los contrarios, le pasó la mano por la cabeza, le pidió que no se afligiera y que no se sintiera buchón porque alguien, aunque fuera su padre, se lo quisiera meter en la cabeza.