Hábitos bravos
El predicador era mal hablado. Se cuidaba en los sermones, pero un sábado al atardecer no pudo evitar que le saliera "tenemos los huevos llenos de imágenes del pesimismo. Perdón, los ojos".
Varios lo esperaron al final de la ceremonia para agradecerle: "Por fin le pusiste onda", lo elogiaron.
El periodista terminaba su columna en la que fustigaba la violencia cuando supo que al capo de una barra brava lo habían baleado "Los que crean, que recen por su alma", pidió. Le avisaron que no lo habían matado. Y agregó: "Entonces, recen para que muera".
No fue increíble en esa sociedad la cantidad de adhesiones que recibió por su segunda frase.