6/4/14

Postales repetidas
Por Matilde Maffrand, estudiante del Programa Educativo de Adultos Mayores 

     Era una mañana de abril, el niño abrió sus ojos, comenzó a recorrer la anatomía del  espacio, del sitio  que lo convocaba cada noche hasta el amanecer, supo que pronto las voces de susto mañanero de su padre se empezaban a escuchar, primero lejos y luego con una peligrosa aproximación, eran palabras urgentes dichas en un tono nervioso.

     "¡A ver si ya está agarrado el carro!".

     "¡Niño vago!".
     La madre se desplazó en la cocina con cansancio de años, amagó un desayuno que Lucas no pudo beber, la urgencia del momento le quitó intimidad a la acción mañanera y los dos, padre e hijo, sin decirse una palabra salieron a la calle. En la esquina ya pudieron ver los primeros guardapolvos blancos, las figuras nítidas de otros niños apurando su paso, con la urgencia de no llegar tarde a la escuela, algunos con mochilas, con ruedas o sin ruedas, otros simplemente con los cuadernos en la mano, los ojos demasiado abiertos como queriendo atrapar todos las imágenes del momento, el pelo recién mojado y peinado con apuro, desde el medio hacia el costado, los mayores protestando por el paso lento de su hermano menor que de tanto en tanto hacía un trote para alcanzar el nivel del acompañante, el momento se pobló de colores mañaneros y el barrio tomó su ritmo habitual.
     Como una foto aún no revelada, y acompañando el compás del caballo los dos ocupantes siguieron  su recorrido que era siempre el mismo, eran cartoneros sin imaginación y lo que se hizo el día anterior se repitió esa mañana. Sin saludar a nadie pero reconociendo en su rutina a cada persona, observaron con detenimiento los puntos débiles de esos momentos en busca de una rapiña fugaz, una campera olvidada, un triciclo sin dueño, estaba en su esencia, y era parte del aprendizaje de vivir tomar lo ajeno y considerarlo propio.
     El niño copió en todo momento las acciones de ese ser bruto y endurecido que lo conducía, casi que era una sombra pequeña en la proyección de la película en blanco y negro.
    Ya avanzada la siesta volvieron a la casa con un magro resultado, lo que dio lugar al disgusto impreso en el rostro del adulto, palabras fuertes y con tono amenazador se escucharon, en la mesa un plato de comida con olor a repetido los esperaba, no se hablaron.
     ¿Y si tenía razón ese amigo loco que varias veces le dijo: "Lucas, vos debes ir a la escuela"?
     ¿Quizás se podría escurrir por las tardes?