Ay, humanos
"Los llamaban whipping boys ("niños de azotes"). Vivían en las cortes reales inglesas" del siglo 18, cuenta Antonio Cencini en su libro Vivir Reconciliados. Agrega que "eran compañeros de juegos del hijo del rey; pero también tenían esta extraña tarea: cuando el joven príncipe cometía una falta eran castigados con el látigo, en lugar del culpable".
Doctor en Psicología, Cencini reconoce que no hacen falta monarcas ni látigos para proceder desde la misma base de "proyección", que "constituye un modo muy primitivo de liberarse de la propia culpa cargándola sobre los demás. Todos nosotros, más o menos, estamos tentados de usarla a veces en nuestras vidas. Quizás podríamos decir que tal mecanismo es responsable de muchos problemas y dificultades en las relaciones de nuestra comunidad". Apunta que "tratar el mal de este modo lo multiplica, arruinando las relaciones interpersonales, y no lo elimina de la propia vida".
Ejemplo: uno vuelve fastidioso de la oficina. Alguien de la familia cuenta que se acabó la soda. "Ni pienso hacerla, ¿qué se creen, que soy el hijo de la pavota? ¿¡Pero hasta cuándo la van a seguir?! ¿¡¡Por qué no me dejan de joder!!?", es la airada réplica.
Los familiares ligan los latigazos que uno evitó pegarle al jefe porque de algo hay que vivir. Errar es humano. Felizmente, darse cuenta de la falta también. Y conforma el primer paso para que su frecuencia baje.