21/4/13



Hoy
Por Matilde Maffrand, taller de Comunicación Radiofónica del Programa Educativo de Adultos Mayores
 
En una situación de posguerra, surge un arte nuevo que indagará en lo más profundo del ser humano para comprender al hombre en su totalidad; aparece  un automatismo puro donde la mente no ejerce ningún tipo de control. Es lo que se llamará surrealismo.
Los artistas comenzaron a ahondar en el subconsciente y el mundo de los sueños basándose en el movimiento Dadá que les precede.
Extendieron el principio del collage al ensamblaje de objetos incongruentes, como en los poemas de Max Ernst.
Otra de las nuevas actividades creadas por el surrealismo fue la llamada cadáver exquisito, en la cual varios artistas escribían distintas partes de un texto sin ver lo que el anterior había hecho, pasándose el papel doblado y de esa manera crear a partir de lo colectivo.
Hecha la introducción, va el resultado de un ejercicio propuesto en un taller de Comunicación Radiofónica que consistía en redactar en solo dos minutos un texto a partir de las palabras: niñez, adolescencia, juventud, adultez, adultez mayor. El escrito en cuestión que surge de esa propuesta es:

Hojas sueltas del otoño-arrastradas por un viento interrumpido- telón que una mano corre-mirada hacia atrás- pies descalzos- narices frías- caritas esperanzadas- años desparejos-días sinuosos- responsabilidad compartida- refugio de otoño- laberinto de ideas- mirada límpida hacia adelante.
De esta manera comienzo a dar vueltas a las palabras y a partir de estas dos consignas surge:
Entre la fantasía y lo otro…

Si tuviera otra vida amontonaría las hojas sueltas del otoño, las colocaría en una canasta pintada de amarillos luminosos, lilas y violetas y pasearía por mi niñez de la mano vigorosa de mi padre, me dejaría arrastrar por un viento interrumpido hasta la puerta de la escuela, miraría por la cerradura a mis amigas que luego me contuvieron y escucharía sus  voces lejanas llamándome.
Si tuviera otra vida observaría detenidamente el telón que una mano corre, ese telón azul que me recuerda los verdes cristalinos del Mar Mediterráneo, y voltearía mi mirada hacia atrás para descubrir mis pies descalzos que se conjugan con las narices frías y las caritas esperanzadas en este círculo sorprendente de la niñez.

Si tuviera otra vida contemplaría con cautela los años desparejos de la adolescencia, con mucha cautela los repasaría uno por uno intentando aceptar las inconsistencias de esa etapa borrosa.
Si tuviera otra vida me metería de lleno en los días sinuosos de la juventud, vestiría de nuevo la falda campana plato aquella que me hacía sentir Audrey Hepburn, bailaría Rock  al compás de la música de Elvis, todas las veces que mi madre me lo permitiera. Volvería al Club Social de mi pueblo y fumaría en escondidas en El Petitero.
Si tuviera otra vida penetraría en los difíciles relieves de la adultez, asumiría la responsabilidad compartida como máxima, formaría una familia arriándola como se dice en el campo, intentando con tenacidad que no se desborde por caminos descocidos, cubicándola a lo largo y a lo ancho siempre y cuando los sujetos me lo permitieran.
Espero, en este laberinto de ideas, que la adultez mayor me reciba con los brazos abiertos de ternuras y sosiegos.