Hoy
Por Matilde Maffrand, taller de Comunicación Radiofónica del Programa Educativo de Adultos Mayores
En una situación de posguerra, surge un arte nuevo que
indagará en lo más profundo del ser humano para comprender al hombre en su
totalidad; aparece un automatismo puro
donde la mente no ejerce ningún tipo de control. Es lo que se llamará surrealismo.
Los artistas comenzaron a ahondar en el subconsciente
y el mundo de los sueños basándose en el movimiento Dadá que les precede.
Extendieron el principio del collage al ensamblaje de
objetos incongruentes, como en los poemas de Max Ernst.
Otra de las nuevas actividades creadas por el
surrealismo fue la llamada cadáver exquisito, en la cual varios artistas
escribían distintas partes de un texto sin ver lo que el anterior había hecho,
pasándose el papel doblado y de esa manera crear a partir de lo colectivo.
Hecha la introducción, va el resultado de un ejercicio
propuesto en un taller de Comunicación Radiofónica que consistía en redactar en
solo dos minutos un texto a partir de las palabras: niñez, adolescencia,
juventud, adultez, adultez mayor. El escrito en cuestión que surge de esa
propuesta es:
Hojas sueltas del otoño-arrastradas por un viento
interrumpido- telón que una mano corre-mirada hacia atrás- pies descalzos-
narices frías- caritas esperanzadas- años desparejos-días sinuosos-
responsabilidad compartida- refugio de otoño- laberinto de ideas- mirada
límpida hacia adelante.
De esta manera
comienzo a dar vueltas a las palabras y a partir de estas dos consignas surge:
Entre la fantasía y lo otro…
Si tuviera
otra vida amontonaría las hojas sueltas del otoño, las colocaría en una canasta
pintada de amarillos luminosos, lilas y violetas y pasearía por mi niñez de la
mano vigorosa de mi padre, me dejaría arrastrar por un viento interrumpido
hasta la puerta de la escuela, miraría por la cerradura a mis amigas que luego
me contuvieron y escucharía sus voces
lejanas llamándome.
Si tuviera
otra vida observaría detenidamente el telón que una mano corre, ese telón azul
que me recuerda los verdes cristalinos del Mar Mediterráneo, y voltearía mi
mirada hacia atrás para descubrir mis pies descalzos que se conjugan con las
narices frías y las caritas esperanzadas en este círculo sorprendente de la
niñez.
Si tuviera
otra vida contemplaría con cautela los años desparejos de la adolescencia, con
mucha cautela los repasaría uno por uno intentando aceptar las inconsistencias
de esa etapa borrosa.
Si tuviera
otra vida me metería de lleno en los días sinuosos de la juventud, vestiría de
nuevo la falda campana plato aquella que me hacía sentir Audrey Hepburn, bailaría
Rock al compás de la música de Elvis,
todas las veces que mi madre me lo permitiera. Volvería al Club Social de mi
pueblo y fumaría en escondidas en El Petitero.
Si tuviera
otra vida penetraría en los difíciles relieves de la adultez, asumiría la responsabilidad
compartida como máxima, formaría una familia arriándola como se dice en el
campo, intentando con tenacidad que no se desborde por caminos descocidos,
cubicándola a lo largo y a lo ancho siempre y cuando los sujetos me lo
permitieran.
Espero, en
este laberinto de ideas, que la adultez mayor me reciba con los brazos abiertos
de ternuras y sosiegos.