20/12/13

El desastre de la bolsa imaginaria      
Por Martín Búfali

Jugaba a agarrar cosas del aire, se las imaginaba. Un elefante, se le ocurría. Un sombrero, una raqueta, un ovillo de lana. Los agarraba y apretaba fuerte con sus manos, para luego arrojarlos.
 A veces hasta escuchaba los gritos cuando se trataba de seres vivos.  Le costó tanto una vez atrapar una jirafa que asomaba entre el aire invisible y se esfumaba entre el humo del cigarrillo, de a ratos se desvanecía, hasta que pudo tenerla en su mano derecha y la apretujó con fuerza, faltaba no más que se le escapara.  
Esa tarde de invierno se le ocurrió comenzar a guardar aquellos seres imaginarios. Pensó enseguida. Imaginó y creó en el mismo loco pensamiento una bolsa gigante. Así empezó a guardar a todos estos voladores de la nada, del todo. Fue casi en verano, cuando notó que la bolsa era infinitamente gigante, que no podía arrojar más cosas dentro. Todo estalló cuando los gritos lo despertaron ese tres de enero: Los animales se peleaban entre sí. La fruta se había podrido y desparramaba un olor que ya el resto no aguantaba. Los cascarudos morían aplastados, las cucarachas comían de ellos. Las princesas lloraban de soledad y renegaban de la incomodidad. Todo era un entumecido desastre. En pocos meses la idea de la bolsa se le había convertido en una catástrofe.
Saltó de su cama y fue directo a abrir la bolsa. Tardó veintinueve días, casi un mes, en romperla, sacaba nylon y sacaba.. y sacaba interminablemente hasta que logró que todos quedaran fuera.  Abrió las puertas y ventanas de su casa y los dejó ir. A todos.
Nunca entendió por qué el elefante se quedó mirándolo fijo. “Vete, eres libre” Le aconsejó acongojado, pero haciendo caso omiso el elefante llevó su trompa hasta la boca, sacó de allí un cofre y se lo entregó; “Ya que no tienes bolsa ni seres imaginarios te regalo este cofre, aquí podrás guardar los recuerdos, que ocupan menos lugar y no reniegan”. Así el elefante se convirtió en nube y se metió dentro.
El silencio reinó en la casa desde ese día, aunque a veces el cofre retumbaba como si una estampida dentro quisiera salir.