Presión tributaria
El muchacho escuchó en silencio el diagnóstico. El pulgar y el índice de la mano derecha pasaron un par de veces por sus párpados hasta terminar en el tabique nasal. Tres palmaditas sobre el antebrazo izquierdo, un recorrido visual por el diploma y por certificados de cursos fueron sus gestos siguientes. Se tocó la oreja con la izquierda y sintió que nada es gratis. No estaba resentido por tener que pasar varias semanas en una camilla en vez de sobre una cancha. Tampoco se arrepentía de haber jugado en esa cancha de cuyos pozos podía salir hasta el gigante egoísta.
Como en el cuento de Oscar Wilde, el invierno pasó cuando el ensimismamiento cedió ante la contemplación de otros que sufren. La camilla se hizo entonces ocasión para crecer desde la admiración a quienes llevan semanas trabajando para recuperar la movilidad de sus dedos, dejar las muletas o sentir nuevamente que las manos obedecen órdenes.
A semejanza de algunos impuestos, hay dolores que sirven para algo.