Puntualidad prusiana
"Por favor", pidió el cadete. El dueño del local adujo no haberlo escuchado.
Carlos, uno de los empleados, apretó con su mano derecha una pila de vasos plásticos mientras Anahi, la moza, lo observaba preocupada.
El cadete estaba morado. Necesitaba pasar por su casa a buscar la campera.
-Nuestra obligación es entregar la pizza a tiempo, no podemos fallarles a los clientes -fue la respuesta.
Cuando lo vio llegar de vuelta con la campera, el patrón lo apuñaló con la mirada. Llamó a las tres casas adonde el cadete debía ir y consultó a qué hora habían recibido la comida.
La puntualidad costó 14 semáforos cruzados en rojo.
Carlos continuó lavando los platos y sacando los bollos del horno. Anahí recogió los dos pesos de propina de los ocho comensales de la mesa 11 y pegó un vistazo al cartel de la vaquería de enfrente.
A la hora y veinte Carlos se quitó el delantal y se fue prometiendo cosas feas. Anahí cerró los ojos.
"Un poquito más de tiempo, maestro", fueron las palabras que, de haber sido atendidas, acaso hubieran evitado que el cadete muriera estampado contra un auto.