Alumbrar o encandilar
¿Dónde está el límite entre curiosidad e indiscreción?
Para Matilde Maffrand, tratar de identificarlo "es fundamental. La curiosidad es motor del conocimiento, de la investigación; es la intención de descubrir algo que uno no conoce. Según Aristóteles, "lo que habría motivado a los hombres a filosofar fue el asombro o la admiración ante la contemplación del universo o de la fisis (naturaleza). La curiosidad es una fortaleza del ser humano caracterizada por el interés por las experiencias, las cosas. Es la capacidad de encontrar, explorar y descubrir. Nos desarrolla como personas, nos lleva a investigar, construye conocimiento, relaciones y experiencias. Desde la infancia hasta la vejez, la curiosidad le permite al hombre abandonar sus límites inmediatos, explorar y expandir el conocimiento de su entorno".
Añade Matilde que "si existe una profesión en la cual la curiosidad juega un papel fundamental, es sin duda la del científico. Nos conduce por nuevos caminos, a desarrollar habilidades, incrementar nuestra capacidad analítica y resolver problemas".
Virtud y autoexamen
"Sócrates relacionó la curiosidad de la investigación razonada con la bondad. Para este sofista, todos podemos cultivar la bondad y la maldad con distinta intensidad y consecuencia. Y la virtud consistía en aprovechar -cuántas más oportunidades, mejor- para poner a prueba los conceptos sostenidos por uno mismo", señala Matilde.
La alumna del Programa Educativo de Adultos Mayores se pregunta "si al ser curiosos podemos caer en el abismo de la indiscreción, que en realidad supone una traición a la confianza". Responde que "nos han educado en ciertas bases de respeto por nosotros mismos. Es allí que debemos evitar la indiscreción. Preguntar cosas en torno a una idea hasta que las respuestas abran caminos, no ir más allá, no caer en la indiscreción".