28/9/20

¿Es justo amargarse por ser imperfecto?

Carlos Bilardo reconoce haber sufrido la obtención de la copa del Mundial de México 1986 porque a la selección argentina que conducía le marcaron dos goles en sendos tiros de esquina. Traducción para no futboleros: como si los estudiantes de un docente de Lengua por demás esmerado en la elección de las palabras declamaran en el acto de fin de curso que "lo más mejor de este año que se acaba terminando es que ya finaliza".

Los goles alemanes en aquel memorable 3 a 2 fueron una mácula para quien había dedicado años a ensayar la defensa ante ataques aéreos. Ahora bien, si Bilardo no jugaba, ¿debía hacerse cargo de lo que no lograron sus futbolistas? Además, al cabo de tres años de feroces críticas lideradas por la revista El Gráfico y el suplemento deportivo de Clarín, ¿merecía amargura por los tantos recibidos o alegría pues su equipo se coronaba el mejor del mundo?

Carlos López sostiene que la conveniencia de "no ser tan intolerante para consigo mismo". Entiende que aquellos goles fueron "un error de parte del plantel" que el entrenador "no puede asumir como suyo propio. Máxime si se tiene en cuenta que son equipos que, si bien se trata de circunstanciales oponentes, persiguen el mismo fin, vencer.  El dilema a dilucidar es si uno ha fallado o el contrincante emplea una táctica superior o bien, quizás lo más importante: el gran Napoleón, antes de un ascenso de algún subordinado, decía: 'Reúne los requisitos, pero ¿tiene suerte?”.