Saberes que se ramifican
Por Susana Carbonari, del Programa Educativo de Adultos Mayores
El primer aprendizaje de todos fue el que me dieron mis padres. Me enseñaron a ser honesta, sincera, leal. Se desvivieron por nosotros, tres hermanos y yo. En el transcurso de toda su existencia, mi papá, carpintero, me enseñó también por las cosas tan hermosas que hacía. Era una persona humilde, bonachón, siempre dispuesto a darles una mano a los demás. Ya no está aquí pero siempre recuerdo sus enseñanzas y su cariño.
Mi mamá me enseñó muchísimas cosas, a leer y escribir, por ejemplo. Pasaba muchísimas horas con nosotros, nos llevaba a todos lados, a la escuela, a los bailes; una persona fuera de lo común. Hace poco fui a visitarla y me preguntó: "¿Trajiste el tapaboca?". A sus 98 años, la tiene clara.
El otro aprendizaje que siempre llevaré en mi corazón es el de las maestras y sus primeras enseñanzas del colegio. Las recuerdo con cariño porque si no hubiera sido por eso no sabría cosas que son muy importantes. Otra es la de la familia que ha estado a lo largo de mi vida y, aunque estamos más distanciados por la pandemia, hemos compartido momentos inmejorables y muy bonitos.
Los amigos son otra fuente de aprendizaje durante toda la vida. Están siempre cuando uno los necesita: del colegio, de la vida, los vecinos. Uno puede contarles, por teléfono en este momento, lo que le ha pasado. Casi todos me preguntan por mi mamá y les respondo que gracias a Dios está muy bien.
También he aprendido en los talleres del PEAM, literatura y comunicación radial y más tarde prensa. Aparte de enseñarme cosas muy lindas como escribir, hablar y difundir información y hacer crónicas -frutos muy buenos- me dan vitalidad. A la edad mía, decir "puedo contar con mis compañeros" es muy bueno. El PEAM es una inyección de vida. Dentro de la tristeza de no poder vernos, es bueno saber que estamos juntos.